Cuando en el siglo IV a.C. encontraron por primera vez diamantes en la India, sus habitantes creyeron que estos tenían propiedades mágicas y que procedían del impacto de los rayos sobre las rocas. Más tarde descubrieron que se formaron bajo la superficie de la Tierra, donde el calor y la presión provocaron la cristalización de los átomos de carbono y la creación de los tubos de kimberlita, las rocas de las que se extraen los diamantes. Aún así, la explicación científica parece que no ha sido suficiente para dar sentido a un elemento natural tan bello, y estas piedras preciosas continúan teniendo una connotación mágica. ¿Cómo si no podrían ser testigos de nuestras historias más emotivas o pasar de generación en generación en nuestras familias?
Pero no solo es su valor natural lo que las hace tan exclusivas —es la única gema que solo consta de un elemento, el carbono—, sino sobre todo la intervención de los artesanos que consiguen el máximo brillo. En parte gracias al joyero flamenco Lodewyk van Bercken, que inventó el scaif, una herramienta de pulido con la que los cortadores de diamantes pudieron obtener mucha más luz en los procesos de transformación. Después llegaron otras grandes aportaciones, como la talla brillante, obra del ingeniero belga Marcel Tolkowsky, que en 1919 diseñó un corte de 58 facetas y que hoy es una de las formas más buscadas.
La talla es tan importante para el brillo del diamante que el sistema mundial de certificación la incluye en sus cuatro cualidades: pureza, color, peso y talla. Porque si no se hace bien el corte, la piedra se verá apagada: le ocurrió, por ejemplo, a la Reina Victoria, que mandó pulir de nuevo el icónico diamante kohinoor (significa montaña de luz), que hoy se encuentra en la corona de Isabel Bowes-Lyon dentro de la Torre de Londres.
Por eso en el siglo XIV, con la entrada de los diamantes por la ruta de Vasco de Gama, que conectaba Amberes con la India, aparecieron en Europa los primeros artesanos. Un oficio que RABAT conoce muy bien —transforma diamantes desde hace cuatro décadas—, y que valora enormemente, ya que el trabajo en el taller puede condicionar el resultado final de una joya. Por eso los artesanos de la firma española elaboran manualmente todos los procesos de una pieza: desde el pulido del diamante al engastado. Y así, cada una es única.
Primero, los expertos de RABAT seleccionan los diamantes, adquiridos con los sistemas de certificación internacional Kimberley (KPCS), que garantizan la comercialización con origen lícito y ético. Después, los artesanos pulen Ia superficie del diamante, para dar con el brillo según los estándares de calidad. Y, por último, lo transforman en una preciosa pieza compuesta por diamantes en talla princesa, brillante, esmeralda, corazón, pera, marquise… Pero, ¿por qué elegir una? Para obtener la máxima belleza, RABAT ha confeccionado piezas multitalla o, lo que es lo mismo, combinaciones de diferentes formas que, como en nuestros momentos más especiales, narran diversas historias. Por ejemplo, en una gargantilla rivière se mezclan tallas brillante, pera, oval y baguette, convirtiendo una vez más a la joyería en magia
Anillo cruzado de oro blanco con diamantes